Esta mañana Juan trató de volar.
Subió a la ventana de su octavo piso y se lanzó al vacío.
¿Por qué? Porque a Juan no le quedaba ya
nada por intentar a estas alturas.
¿De quién fue la culpa? Explicaciones múltiples. Para los
políticos la culpa fue de la medicación, de su exceso o de su defecto. Para los
psiquiatras se debe a un episodio psicótico, así, tan asépticamente. Hubo un
psicólogo que tenía una teoría interesante que decir, pero cuando descubrió que
nadie le pagaría por abrir la boca, bajó la mirada de nuevo al periódico.
Juan voló. Voló un total de treinta metros en vertical y
tres en línea recta. Aterrizó grácilmente sobre un Opel Corsa. ¿Suena negro? Lo realmente negro es que el propietario
del coche está más jodido por que el seguro no cubre accidentes por vuelo sin
motor que por el mismo Juan. El hecho de que entre los asientos haya esquirlas
de dientes es algo que le importa menos.
Nadie se esforzará ya
en comprender por qué una persona trató de ser pájaro. Juan tenía esquizofrenia, obviamente eso lo explica todo.
¿La frase de arriba no te parece tan desagradable como
aquello del Opel corsa, verdad? Puede sonar incluso coherente. Algo estaba mal
dentro de Juan.
Porque cuando hay una voz que eres tú diciéndote a ti mismo
con una voz que no es la tuya a cada rato que tu voz no es la tuya sino la
suya, está claro que hay algo mal dentro de ti. No trates de comprenderlo, la
única persona que podía explicarlo con relativa claridad ahora es un mejunje
con un treinta por ciento de asfalto.
Porque cuando miras a los ojos a la persona a la que amas y
esa persona no te mira con amor, sino con miedo, está claro que hay algo mal
dentro de ti.
Por que cuando una persona pasa seis meses a base de
antidepresivos, hay dos cosas mal dentro de esa persona.
Porque cuando Juan deja de tomar los antidepresivos que
“deberían haber funcionado” y comienza a tomar una medicación para la
esquizofrenia, seis meses después, es porque hay muchas cosas que están mal
dentro del psiquiatra.
Juan trató de volar sin tener en cuenta que se llamaba Juan
García. No Juan Salvador Gaviota.
Porque Juan podría ser muchas cosas, mal cocinero,
introvertido – que no era para menos – muy poco aerodinámico y demasiado brusco
en los aterrizajes, pero Juan no era imbécil.
¿Cómo aspira alguien a no ser introvertido cuando entre sus
dos sienes hay una conversación bastante más interesante – en el mal sentido -
que la que le ofrece el completo cretino que tiene sentado enfrente? ¿Cómo
aspira alguien a ser buen cocinero si su madre al verlo entrar en la cocina
escondía los objetos afilados?
Porque Remedios García había visto muchas muchas películas y
únicamente trataba de evitar que su hijo les asesinase a todos.
Porque Juan en los últimos meses de su vida dejó de escuchar
aquellas voces, el nuevo psiquiatra que lo atendió no tenía tantas cosas mal
dentro de sí. Pero ya era tarde. ¿Tarde por lo avanzado de su trastorno? Que
va.
Tarde porque Juan ya no era Juan, ya se había convertido
para el resto del mundo que le conocía en algo como Eskizo-man. Obviamente este superhéroe no surcaba los cielos
combatiendo el crimen.
Ahora mismo varios agentes del orden público limpian la
escena del incidente mientras una psicóloga interviene a una mujer que lo ha
visto todo. A la mujer que lo vio todo,
no al tipo que trató de volar.
Porque cuando todos nosotros tenemos algo mal en nuestro
interior lo suficientemente retorcido como para considerar que alguien enfermo
es malvado, somos nosotros los que empujamos a esa persona.
Somos nosotros y sólo nosotros, los que le quitamos las alas
a Juan y le lanzamos para que volase. Sin duda, hay algo mal adentro nuestro.
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