No está funcionando.
Anoche volví a soñar con él, es todo muy extraño.
Estaba tumbado en la cama de costado, los ojos cerrados, suspiró lentamente, una leve sonrisa se dibujaba al borde de su tristeza.
Fer estaba tumbado detrás de él, abrazándole. El león era tan grande en comparación con su pareja que más que abrazarle parecía cubrirle con su propio cuerpo.
Tomó una de las manos de su león entre las suyas. La abrazó contra su mejilla, mientras una lágrima resbalaba por su cara.
Aquella misma sonrisa dibujada en su rostro, sin saber qué sentir, ni qué decir.
Su aliento le reconfortaba, el latir de su corazón, a su espalda, marcaba el ritmo que él había perdido. No podía bailar la vida sin ese latir que le guiaba.
- Tenías razón… no debíamos pelearnos por esas tonterías.
- Shh… eso no importa ahora.
Unos labios le besaron con ternura el cuello, dejó escapar otro suspiro, hundido en las oscuras aguas de sus pensamientos.
- No quiero…
- Tienes que hacerlo, amor… - susurró contra su oreja, como un ronroneo cálido.
- No puedo seguir… la casa está tan sola… No quiero…
Apretó aquella mano contra él, como si no quisiera que nadie más se la arrebatase, no quería que le volvieran a quitar aquel latir de vida, su amado, su camino.
- Se fuerte, hazlo por mí.
Sintió que algo doloroso y grande se removía en su interior, acercándole de nuevo a la vida, se giró para poder besarle y despertó.
Contempló el techo de su habitación, inmóvil. El despertador sonaba de forma escandalosa en la mesita. Alguien llamaba a la puerta, haciendo sonar la desagradable chicharra que tenían por timbre.
Pero él no hizo nada, se quedó mirando cómo las luces de la calle iluminaban con una luz fría el techo de su habitación con el mismo rostro de cadáver vivo que había llevado puesto durante los siete días anteriores.
La puerta de entrada se abrió y seguidamente, también la de la habitación. Sarah entró con cuidado y le observó, con la misma expresión de cautela de siempre.
Sonrió, al ver que se encontraba despierto. Avanzó hasta la mesita y apagó el despertador, devolviéndole el silencio a la habitación.
- ¿Te encuentras bien?
Nathan tragó saliva.
- Tengo sueño.
La loba relajó sus hombros, metiendo sus manos en los bolsillos de sus vaqueros.
- Vamos, tenemos que darnos prisa, iré haciendo el desayuno mientras tú te preparas.
* * *
La ducha le golpeó con todo el frío y la crueldad de la que era capaz. El lobo se acurrucó contra los azulejos helados, en una esquina, dejando que el agua empapase su pelaje. Apretó los dientes, abrazándose a sí mismo.
No tenía ganas de discutir con el endiablado sistema de aquella grifería, que oscilaba entre la congelación y la cocción. Simplemente se encogió, abrazándose a sí mismo y dejó que el agua congelada cayera sobre su cuerpo, como reprochándole algo que él no acababa de percibir.
Al menos aquella acabó por espabilarle. Salió de la misma, tiritando, sin nadie que le envolviera con la toalla. Se secó, se marchó a la habitación de nuevo y se vistió, sin que nadie le ayudara a escoger una camisa adecuada.
Se puso una corbata incómoda y una americana de tela ligera y acompañó a Sarah durante el desayuno.
Nathan no se encontraba demasiado hablador aquella mañana, de modo que acabaron sus cafés y subieron al coche, de camino a la agencia.
La loba aparcó frente a la puerta, cosa excepcional, tratándose de una zona céntrica. Se apearon del vehículo y se internaron en el interior del fastuoso edificio.
Recorrieron pasillos y salas con oficinas compartimentadas, hasta que los sentaron en un pequeño cubículo, frente a un escritorio de madera antigua. Al otro lado, un tejón de unos cincuenta y tantos, tan cansado de su trabajo como lo estaba Nathan de vivir.
Sarah rebuscó en su bolso, mientras el tipo que los atendía apartaba varios papeles de encima del desordenadísimo escritorio.
- Venimos para reclamar la cuantía de un seguro de vida a nombre de Fernand Anderson.
- Necesitaré los documentos pertinentes.
Nathan se encogió de hombros, poniendo sus antebrazos entre sus piernas, todo aquello le resultaba demasiado embarazoso. Miró para otro lado, distrayéndose observando el antiguo material de oficina que había desperdigado por la mesa del escritorio.
La loba por su parte le entregó una carpeta de plástico, sin estar del todo segura de si era aquello lo que el tejón le estaba pidiendo.
- Ahí está todo. Supongo, acta de defunción, los papeles del seguro…
- De acuerdo.
El administrativo se puso unas gafitas redondas en la punta de la nariz para leer aquellos documentos y comprobar que estaban en regla.
- ¿Es usted la cónyuge del finado?
Sarah negó con la cabeza, dejando que un mechón de su cabello cayera por delante de su rostro.
- No, es él. – dijo, indicándole con un movimiento con la cabeza.
El tejón observó los datos de la persona que aparecía como beneficiaria. Apretó los labios y miró por encima de sus gafas al lobo de mirada perdida.
- Lo lamento, pero debe de haber un error.
- ¿Qué? – dijo Sarah, inclinándose hacia aquel tipo.
- Tratándose de otro varón, no constituye una persona válida como cónyuge.
La loba echó las orejas hacia atrás, con los dientes apretados.
- ¡¿Qué?! ¡¿Por qué?!
- Dos varones no constituyen un vínculo conyugal válido para este tipo de póliza. – Dijo el tejón, de forma monótona.
- ¡Pero ellos eran pareja! – Gritó Sarah, dando un puñetazo sobre la mesa – ¿Pero qué mierda es esto? Díselo Nathan.
El lobo apretó los ojos, no deseaba verse involucrado en todo aquello.
- Con todo respeto señorita – comenzó a decir de nuevo el administrativo, al tiempo que se ajustaba sus gafas, bastante airado – Los detalles de la vida
privada de su amigo no me interesan, que se dejara dar por culo no constituye un enlace legal.
Sarah dejó escapar un gruñido, mostrando los colmillos. Se levantó, presa de la cólera, dispuesta a saltar la mesa que los separaba y partirle la cara a aquel bastardo, cuando de pronto, alguien la sujetó por el hombro.
- ¿Hay algún problema?
La loba se giró en redondo, para encararse con un oso de pelaje blanco que la triplicaba en anchura y altura, también vestido con traje y corbata.
- Han venido por un seguro de vida, pero el cónyuge del finado es un varón. – explicó el tejón, echándose hacia atrás en su silla y alargando el cuello, para que su compañero le viera.
El oso miró a ambos con una nota de tristeza en su rostro.
- Lo siento, pero no podemos hacer nada. Si desean reclamar deberían ir directamente al ministerio.
- Pero…
- La legislación actual no contempla los matrimonios homosexuales, no podrá cobrar este seguro… y tampoco tendrá derecho a ningún tipo de subsidio por viudedad…
La voz profunda y calmada del oso consiguieron apaciguar la ira que ardía en el pecho de Sarah. Dejó caer sus hombros y bajó las orejas, abatida.
- No es justo…
- Sarah, - murmuró Nathan, tomándola de la mano – vámonos.
La loba apretó los dientes, llena de impotencia. Apretó la mano de su compañero, sintiendo como los pensamientos se agolpaban en su garganta, tratando de salir.
Suspiró, bajando la cabeza y se giró de nuevo hacia el tejón, que les miraba con rigidez desde el otro lado de su cómoda mesa.
- Es usted un hijo de la gran puta.
Escupió aquellas palabras, dejando que parte de su pelo cayera, ocultando sus ojos llenos de lágrimas.
Lágrimas de rabia.
* * *
Sarah conducía por un abarrotado centro de ciudad, aferrándose al volante de forma rígida, todavía dolida, con las palabras de aquel malnacido en su memoria.
Nathan seguía como siempre, como si aquella expresión congelada en su rostro fuera un síntoma del frío que sentía en su interior. Estaba recostado contra la ventana del copiloto, apoyada su sien contra la palma de su mano, junto a la ventanilla. Observando el resto de coches.
Abrió lentamente su hocico, eligiendo las palabras.
- Nosotros estábamos saliendo del supermercado, discutíamos…
La loba alzó sus orejas, sorprendida por el comentario. Nathan no había querido hablar sobre ello hasta ahora.
- Yo llevaba las bolsas… y de camino al aparcamiento… un tipo nos atracó.
Se hizo el silencio, Sarah le dedicó una mirada rápida, antes de volver su vista a la carretera. La voz de Nathan apenas sí se elevaba por encima del ronroneo del motor, teñida por las lágrimas.
- Estaba borracho… o había tomado algo… o… o no sé. Le quitó la cartera a Fer, pero tropezó hacia atrás y le disparó.
Se mordió el labio inferior, sintiendo como todas aquellas imágenes volvían a su mente.
- Le acertó dos disparos en el pecho y salió corriendo. Yo me quedé con él… La ambulancia no llegaba…
Bajó la cabeza, incapaz de continuar con su relato. Aunque Sarah ya conocía aquella versión de parte de los doctores, que la llamaron, al ver que era su número el que aparecía como segundo en la lista de contactos, por debajo del de su pareja.
Tras el atraco, Fer había recibido dos disparos, uno en el pecho, que perforó el pulmón derecho, y otro en el abdomen. Nathan lo sostuvo entre sus brazos, sin dejar de hablarle, hasta que finalmente el león expiró, a causa de la hemorragia pulmonar y de la gran pérdida de sangre.
La ambulancia llegó al menos diez minutos después, encontrando a ambos en la misma posición. Cuando Sarah se reencontró con el lobo, totalmente sedado, el doctor que estaba a cargo le contó que habían hecho falta tres enfermeros para separarle del cadáver de Fer.
Detuvo el coche en la esquina de su casa. Le dedicó una mirada pensativa al lobo. No alcanzaba a imaginarse la rabia, la impotencia, la amargura de Nathan, más allá de aquella expresión apagada y fría. Pero aunque quisiera, no podía ayudarle, no sabía cómo hacerlo.
Le observó, pálido, inexpresivo, vacío. Tan cerca, y tan remotamente lejos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario