30 oct 2012

Primavera


Mientras aparto el Libro de “Le Bon” de mi escritorio, me asalta un pensamiento, la necesidad de añadir una entrada más a mi Blog.
El hecho de que llevara tanto tiempo sin escribir era bueno para mí y malo para mis lectores. Pues implicaba que no había tensiones ni malestares que necesitaran ser expresados.
Aun así me veo en la obligación metafísica de narrar, y esta mañana mientras desayunaba me he planteado. Cuando ha cambiado mi vida en dos meses…
Donde antes había desánimo ahora hay un innegable impulso vital, mucho más fuerte que antes.  La dieta me ha hecho perder diez kilos, y ganar otros tantos en fuerza de voluntad.  Los ojos de los grandes psicólogos de la historia están fijos en mí aguardando a que mueva ficha, y Aennor no tiene intención de defraudarles.
Donde antes tenía un vacío doloroso y afilado, ahora tengo una pareja tierna y encantadora, con la que siempre estoy dispuesto a reñir y a debatir, desde la salud de la confianza y el amor mutuo. No espero menos de esa persona de lo que espero de mí mismo, y espero poder tener todo el significado que esa persona quiera darme.
Ahora que Cronicas de Filigrana   está camino a la imprenta, ahora que las palabras que tuve van a ser leídas por otros muchos, ahora que por fin completé tan ardua tarea, mientras escucho los acordes de Fito y Fitipaldis, me pregunto. ¿Y ahora qué?  
Pues a seguir escribiendo, que el camino andado no importa, tan sólo importa el camino que queda por andar.  5 páginas se yerguen arrogantes, como el principio del primer capítulo del segundo libro de “Cronicas de Filigrana”.
No tengo en absoluto idea del impacto que tendrá mi obra,  tal vez fracase de forma estrepitosa y nadie comprenda mis párrafos,  o tal vez sea una agradable sorpresa,  pero el resultado de mi trabajo es un regalo que no tengo intención de abrir antes de tiempo.
Ahora, con una taza de café en la mano, y echando la vista atrás.  Recuerdo aquel amargo texto que escribí antaño, “Otoño”   Lo recuerdo como una neblina tenue y dolorosa,  y no puedo evitar que en mis labios se forme una sonrisa cómplice.
Ahora estamos en otoño, pero en mi interior, siento que la primavera me golpea con toda su fuerza.
Tal vez las estaciones son mentira.  O tal vez sea culpa mía, ya que en mi alma las estaciones se suceden de manera distinta.  

1 ago 2012

Un Aullido


Sueño con una España en la que no se mate a los lobos del Parque Nacional de los Picos de europa. Sueño con un mundo en el que un animal, no necesite de 30 animales para vestirse. Un mundo en el que los individuos sin corazón puedan ser atados por el cuello a un olivo en medio de la sierra, al final de la temporada de caza, y sus respectivos galgos puedan volver a casa sanos y salvos.
Sueño con unas familias responsables, que distingan la clara diferencia entre “Mascota” y “capricho”. Anhelo el día en el que el hombre, por evolución, o por normativa, venga de serie con una responsabilidad inherente para con lo que le rodea.  Tan estúpidos y tan ciegos…
Sueño con el día en el que los empresarios, cuyas factorías vierten los residuos al mar, no puedan dormir por las noches. Sueño con el día en el que al género humano se le conceda la gracia de la conciencia. Sueño con el día en el que aprendamos la valiosa lección de que, si algo es de dominio público, realmente es de todos. No de nadie.  Sueño con el día en el que, cuando mis nietos me digan “abuelo, vallamos a pasar la tarde en el bosque”  yo no tenga que tragar saliva y contestar “ese bosque que viste en tus libros ya no existe”. Ojalá pudiera contestarle algo como:  “no podemos ir ya que, si fuéramos, acabaríamos alterándolo, y algo que posee la huella del hombre, es en sí mismo imperfecto”.
Sueño con un día, en el que los jóvenes acaben llevándose a sus casas los carteles de “arranque esta alga si la ve, es una plaga medioambiental”  no por Vandalismo, sino por la innecesaridad de dicha advertencia.
Porque puedo entender que haya guerras, es lo propio del ser humano. Puedo entender que unos mueran de hambre mientras los camiones de trigo se pudren en los almacenes, para que su precio no varíe.  La avaricia y la codicia son inherentes al ser humano. Puedo comprender que los poderosos esclavicen a los débiles, y que cualquier férrea voluntad, se pueda torcer si se escriben los ceros suficientes en un cheque.  Lo que jamás comprenderé, por absurdo, contradictorio y paradójico. Es esa capacidad del ser humano para destruir todo lo que es bello y perfecto.
Realmente el hombre no es lobo para el hombre; Nos hacen falta siglos de civilización. Para poder llegarnos a acercar siquiera al nivel de un animal tan noble.
¿ Si se pudiera juzgar la maldad de una especie entera, quien sería merecedor de la extinción? ¿El lobo asturiano, del Parque Nacional de los Picos de Europa? No lo creo. 

13 jul 2012

Elegía a Sergio


                 Grandes cambios han acontecido últimamente en mi vida, grandes puertas se han abierto ante mí, muchas expectativas, muchos planes de conquista y de victoria, Si puedo, el curso que viene lo empezaré en valencia, primer año de universidad. Se cierra un ciclo, pero este ciclo no acaba de la manera que yo esperaba.
                Hoy, fatídico Viernes 13, me confirmaron la noticia.  Mi primera impresión fue de incredulidad, mientras me calzaba la camisa negra camino de la calle, mi segunda impresión fue de impotencia, al ver a toda aquella gente saliendo de la iglesia de Santiago, y mi tercera impresión, fue de rabia.
Sergio, yo te consideraba un gran ejemplo de superación, pues habías conseguido vencer todos los obstáculos de la vida.  Pero la vida siempre tiene una cara amarga.
Te habías convertido en un avatar de vida y fuerza, imparable y risueño, inextinguible.  Aunque las parcas tuvieran otros planes para ti, tú te empeñaste en que se hiciera tu voluntad, siempre, a ultranza, una lucha contra todos y contra todo.
¿Ha servido de algo tu lucha? Por supuesto, compañero. Tu amor a la vida, tu vitalidad, tu fuerza. Viven ahora en todos aquellos que te conocieron. Pues me consta que mantuviste esa sonrisa que te caracterizaba en los labios hasta tus últimos momentos.  Pues tan fuerte era tu espíritu, que prácticamente hubieras podido vivir emancipado de tu forma física.
Un ejemplo de virtud y de fuerza, un ejemplo de esperanza para todos, tu recuerdo siempre vivirá en nuestra memoria. Desde aquí, quiero darte humildemente las gracias por haberte conocido, y me despido de ti.  Hasta siempre, Sergio. 

12 may 2012

La Fiesta Nacional


Hoy el tema de la sobremesa de la comida familiar ha sido la tauromaquia, y al parecer yo soy el único díscolo en la familia que todavía conserva el lóbulo frontal intacto y ve las cosas como realmente son.
No voy a hablar de lo malos que son los toreros, que tras cada banderilla no hacen más que intentar disfrazar su miserable vida con un aura de hombría y virilidad que parece exclamar “oh, miradme, he matado a un animal que me triplica en peso y volumen, le he hecho sufrir mucho más de lo necesario, para que sepa quién manda” respecto a este raro espécimen de “artista”  tan solo citaré al psiquiatra Alan Felthous: “En gran parte, los estudios basados en el abuso animal y criminología adulta, muestran que las primeras instancias de crueldad hacia los animales tienen lugar temprano en la vida del maltratador” de modo que querido aprendiz de torero anónimo, 18 años, lleno de ilusiones y sueños. Ese toro que tienes bajo tu banderilla no tiene la culpa de que el desgraciado de tu padre volviera todos los viernes borracho a casa y te zurrara.
Pero este tema es poco mas que un lamento manido y monocorde, aunque lo comparto y lo defiendo. Mi ataque, rabioso e inmisericorde, va contra otro colectivo.
Escupo sobre ti, señor cincuentón, con las manos dentro de los bolsillos de tu pantalón de pana. Olor a rancio, a decadencia y a “Puritos Dux”. La cara redonda completamente roja por el vino y una panza que eclipsa tu cinturón de cuero marrón. Y también sobre ti,  sádico personajillo de cuarenta y tantos. Camisa arremangada y cruz de Caravaca colgando sobre tu cuello, Enorme reloj de pulsera dorado y aires de prepotencia que conversas animadamente con el primer individuo. Mientras contempláis el dantesco espectáculo.
Porque los verdaderos asesinos sois vosotros, autocomplacientes sádicos, grandísimos hipócritas que clamáis pos vuestros derechos cuando os tocan lo vuestro. Porque aunque vosotros no sostengáis jamás un capote durante vuestras cortas y malogradas vidas. Pagáis la entrada, pagáis el sueldo del torero. Y pagáis que la “Fiesta Nacional” siga avergonzando al resto del país.
Decir “cómplices” sería un eufemismo, sois responsables directos de la tragedia, una plaza de toros es un lugar donde se acumulan de media entre 10.000 y 20.000 asesinos, para perpetrar una de las injusticias más caras de la historia cometidas contra un animal.  Ninguno de vosotros, que os sentáis a contemplar, merecéis menos que la cornada que recibió “el Padilla” en la cara.
 Porque sois los perpetradores de una tradición malsana y degenerada, sois los matasanos que mantenéis con vida a uno de los mayores  engendros de la cultura española. Un engendro al que tendríamos que haber dejado morir a su suerte hace al menos 20 años.

Tan solo espero poder mirar a mi hijo a los ojos algún día (probablemente no antes de que este en el lecho de muerte) y decirle de forma sincera “estoy orgulloso de que hallas nacido en España, un país que por fin se ha civilizado y ha cambiado, y ya jamás caerá en los errores que se daban en la época de tu abuelo”.   

25 abr 2012

Colmillos


Notó como la brillante luz de la lámpara quirúrgica  lo cegaba, intentó mover la cabeza, pero la mano enguantada de uno de sus carniceros  le frenó.
De nuevo sobre la mesa de operaciones. Podía ver, con la mirada borrosa, como su brazo izquierdo estaba abierto  a lo largo en diferentes sentidos, y un batallón de cirujanos trabajaban monitorizando sus constantes y sus parámetros vitales en una intervención que no alcanzaba a comprender.
Las correas de su camilla tiraron de él en el momento que tensó los músculos. Sintió el agudo silbido de una sierra quirúrgica. El dolor lo invadió de nuevo y su visión se tornó en un matiz carmesí. Dejó escapar un gruñido a través del bozal de cuero remachado que cubría su espeluznante hocico.
Miró hacia adelante apartando su mente enferma a causa de tantos tormentos. Y centró sus ojos ambarinos en la figura causante de aquel infierno.  Tras un mamparo de cristal, que cubría en semicírculo  el quirófano.  Un hombre con traje negro, corbata roja, y una chaqueta cogida sobre su mano derecha sobre su hombro.
Su mirada atravesó a aquel hombre viejo,  enjuto, demacrado, aunque prodigiosamente alto.  Varios mechones blancos eran lo único que quedaba en su cabeza pelada, unas marcadas arrugas delataban su venerable edad. Unos ojos hundidos en sus profundas cuencas, con expresión de haber visto demasiadas cosas.
Sintió correr la adrenalina por su pecho. Quería clavar sus colmillos y extinguir a ese miserable anciano. Forcejeó sin éxito, y uno de los  matasanos le inyectó un sedante directamente en la carótida.  Su visión comenzó a llenarse de una neblina blanca y espesa.  Sin embargo, aquel compuesto no aliviaba el dolor que sentía. Más bien lo acrecentaba.
El anciano Devian Carter. Propietario de los laboratorios que trabajaban frenéticamente en ese “capricho” científico. Apoyó su huesuda mano sobre el cristal, y le sostuvo la mirada al espécimen, desafiante.
A falta de un nombre, lo llamaron “Adán”,  probablemente el proyecto más ambicioso de la historia de la humanidad. Hubiera sido un hito de por sí. Pero su propietario era humano, y como la mayoría de los humanos, ansiaba mucho más de lo que ya había conseguido.  Tenía ante sí a su creación. El primer ser vivo totalmente nuevo. Desde cero. 
Adán era de por sí una criatura horriblemente inteligente.  Mucho más alta que una persona normal, provisto de garras, una musculatura perfecta, unos sentidos que desafiaban los parámetros máximos fijados por aquellos que habían dedicado toda su vida a estudiarlo en secreto.
Devian  lo había descrito en su diario como un híbrido perfecto entre lobo y hombre, que  le sacaba casi medio metro en altura. Pelaje de un tono pardo oscuro, y unos ojos amarillos provistos de una suerte de inteligencia maligna.
A pesar de todas las tardes que Devian Carter había pasado junto a su “vástago” no había obtenido ni una sola palabra de él.  Por los caracteres arañados en las paredes de su celda sabían que era perfectamente capaz de entender su mismo idioma. Pero sin embargo, Adán se limitaba a mirar a los ojos fijamente a su creador. Rumiando un amargo odio hacia él. Ni siquiera  cuando, tras un arrebato de rabia del anciano, fue forzado a hacerlo mediante corriente eléctrica de alto voltaje.
Pero aunque su hijo no quisiera darle ninguna muestra de afecto a su padre, este estaba empeñado en hacer de Adán algo mucho más elevado de lo que ya era.

Por su parte, La criatura lobo era perfectamente consciente de todo lo que tenía alrededor, y era conocedor de cosas que sus cuidadores ni siquiera sospechaban.
En su soledad había tenido mucho tiempo para pensar. Para reflexionar sobre la condición de sus captores. Tenía una idea muy clara de que eran los humanos, era consciente de su ambición, y de su irracionalidad,  y con el tiempo había aprendido a proferirles un profundo y amargo rencor.
Lo que más odio le provocaba de la naturaleza humana era esa capacidad innata e irrevocable de provocar dolor. Tanto a ellos mismos como a todo lo ajeno.  Se sentía aterrado y furioso ante aquella frialdad aséptica con la que era tratado.
 Los dos cirujanos estaban terminando de coser la herida abierta en el brazo de aquel ser. Cuando un tercero le hizo un gesto al anciano. Este asintió.  Adán dejó escapar otro gruñido, que estremeció a sus verdugos. Al notar como de nuevo una gruesa jeringa le atravesaba el pelaje y le inoculaba un nuevo veneno en su interior.
Sentía como le hervía la sangre y no podía pensar. Todo su cuerpo estaba tenso y su mirada fija en aquel anciano miserable, padre exento de compasión. Que le miraba con un rictus de seriedad mientras el sufría. No sabía que contenía aquel suero de color borgoña. Tan sólo sabía que su inoculación le producía un intenso dolor, que lo dejaba al extremo de la demencia, y que a Devian Carter le gustaba estar presente en primera fila cada vez que lo hacían.
Un rugido aterrador llenó la sala, arañó el pulido aluminio de la mesa dejando unos profundos surcos. Hasta que una de las garras se le rompió por la fuerza de sus brazos, haciéndole sangrar.  Notaba como miles de agujas incandescentes le atravesaban el torso y las sienes. En su mente tan sólo quedaba la idea de soltarse y librarse del dolor. Hubiera sido capaz de desgarrarse él mismo la piel, su pelaje se erizaba presa de un escozor que le agotaba. Llevaba tanto tiempo en tensión que el cuello le dolía, suplicando un momento de respiro.
Sabía lo que venía después. Y le aterraba. Pues aquel dolor continuaría por varias horas. Hasta que su cuerpo metabolizara la toxina. Solo que esas horas pasarían en la soledad de una celda, donde sus aullidos no molestaran a los humanos.
Pero aquel día no acabó así.  Una de las gruesas correas de cuero que sujetaban sus muñecas cedió de pronto. Y el lobo, consciente de su estado, desgarró el bocal que cubría sus fauces de un tirón.
Devian Carter vio con creciente angustia como aquel ser salvaje y cegado por el dolor le asestaba un zarpazo a uno de los cirujanos que se acercaba para intentar contenerlo.  El pobre hombre calló de espaldas, contra el cristal, con cuatro profundos cortes sobre la tráquea. Llevándose en vano ambas manos al cuello.  El anciano estaba acostumbrado a ver sangre, pero jamás se borraría de su memoria la imagen de aquella carnicería. 
Adán se puso en pie y acorraló a otro de los médicos en una esquina del quirófano. El siguiente ataque  seccionó la yugular y la carótida derechas, liberando un reguero de sangre que manchó su pelaje y enviando al que en aquel momento ya era un cadáver contra la mesa donde reposaba el material ensangrentado de su operación.  Los ojos amarillos de la bestia se volvieron contra su creador, que quedó petrificado ante la visión de su creación, con el hocico y el torso salpicados de sangre.
Devian echó a correr en el momento en el que el lobo asestó el primer golpe al mamparo de cristal.  Sus piernas se quejaban ante el esfuerzo para el que no estaban preparadas, notaba el corazón palpitarle  en las sienes.  Adán golpeó con el hombro y parte del brazo derribando el cristal.  Estaba lleno de rabia y de miedo.  Le dolía absolutamente todo, desde las orejas hasta la cola. Y un profundo olor a sangre y a vísceras le ofuscaba la mente, saturando su olfato y adhiriéndose  a su garganta.
En dos zancadas alcanzó a su padre, agarrándolo por el cuello y sosteniéndolo en alto contra una de las paredes de hormigón.  Devian vio con una mueca de dolor, el rostro jadeante de su creación, su pecho moviéndose de forma espasmódica con cada respiración. Y una mueca de dolor en sus rasgos lupinos.
-          ¿Por qué? – gruñó la criatura entre dientes, jadeando por el esfuerzo.
La mente de Devian no estaba preparada todavía para que su creación le hablara mirándole a los ojos, simplemente, no podía integrar que tras veinte años, ahora le estuviera hablando. La voz de su hijo era grave y profunda, como salida del fondo de la caverna que era su garganta. Dos grandes colmillos remataban su aspecto terrorífico.
-          ¿Por qué me hiciste esto, padre?  - repitió  Adán en un gruñido gutural 
-          Tu… tu debías de ser perfecto… - alcanzó a murmurar el anciano.
El lobo lo dejó caer, dejándolo sentado con la espalda contra la pared. Sabía que no tenia escapatoria.  La luz parpadeante de uno de los tubos fluorescentes  iluminaba su silueta desde arriba dándole un aspecto de engendro de pesadilla.
Tenía el brazo izquierdo goteando su propia sangre. Colgando, aparentemente sin vida. Y el lado derecho estaba cubierto de sangre oscura.  Varios tubos y sondas colgaban todavía por su cuerpo,  un gotero en su brazo derecho. Un acceso en el pectoral izquierdo, del que colgaba un cable de goma transparente. Y en su nuca, una decena de pequeños cables conectados directamente a su torrente sanguíneo colgaban a su espalda. Clavándose en su carne cada vez que hacía un movimiento.
-          Si me odiaste desde el momento en el que me viste. ¿Porque me dejaste con vida?
-          Yo jamás te he odiado…
La criatura se inclinó sobre su padre, apoyando  la zarpa derecha sobre el suelo, y mirando a su creador a la misma altura.
-          ¿Entonces, porque disfrutas viéndome sufrir? ¿Por qué tantos tormentos? ¿Por qué este cautiverio? ¿Por qué?
-          Quería hacer de ti un ser perfecto…. – murmuró el anciano entre dientes.
-          Eso ya lo has dicho antes! Quiero respuestas! Maldita sea! – bramó el lobo a escasos centímetros del rostro de su padre.
A medida que hablaba, Devian acercó  una de sus manos temblorosas al hocico de su creación, y  lo acaricio con ternura, limpiando la sangre de su pelaje.
-          El dolor te hizo fuerte… si te hubiera dado todas las comodidades, y te hubiera cuidado y preservado de todo, ahora no serias lo que eres… serias algo inferior.
-          ¿Acaso tenias tú la certeza de que yo quería ser perfecto? ¿Acaso no pensaste en que yo sería más feliz siendo algo inferior?  - Rugió Adán con rabia.
El lobo fijó su mirada en su creador. Al tiempo que una lágrima de rabia calló por su mejilla. Tenía delante suyo al responsable de todas las desgracias que le habían pasado durante su corta vida. Podía extinguir su miserable vida con cerrar una de sus garras, pero aun así, había querido conocer sus motivos. El lobo hubiera preferido mil veces que a su padre lo hubiera impulsado la simple crueldad, como había pensado hasta ese momento.
Apretó sus grandes ojos amarillos, presa de un torrente de ideas y sensaciones. Aquella era la primera vez que alguien le demostraba algo de afecto, la primera vez que notaba el placentero contacto de una mano ajena sobre su pelaje. La primera vez que extinguía la vida de alguien. Y la primera vez en su vida en considerarse libre de tomar decisiones.
Cada uno de aquellos cambios en su vida merecía una larga y profunda meditación al respecto, pero no tenía tiempo, debía decidir, las sensaciones se agolpaban en su pecho. Miraba la cara entristecida y aterrada de su padre. Y no ni era capaz de concebirlo como un igual, ni era capaz de abrazarlo.
-          Malograste mi existencia… ¿como un medio para conseguir un fin?
-          No… no totalmente…. Teníamos previsto, cuando fueras perfecto, darte la libertad para que fueras feliz...
-          Yo no puedo ser feliz, padre – gruñó la criatura clavando sus ojos en los del anciano.
-          Si que puedes… yo te enseñare a ser feliz… seremos felices los dos…
Una lágrima calló por la mejilla del anciano, mientras acariciaba la cara de su creación,  Adán cerró los ojos disfrutando de aquella caricia como de un regalo que había anhelado durante años. Apoyó el hocico sobre el hombro de su padre y cerró los ojos.
-          Tuviste la fuerza para liberarte y abrirte paso hasta mí, estás preparado para enfrentarte al mundo.
-          ¿Y porque debo enfrentarme al mundo? – murmuró entre dientes al tiempo que cerraba los ojos.
-          Porque fuiste creado para hacerlo, saldremos al mundo, y veras de primera mano la libertad, y alcanzaras la perfección…
-          ¿Y luego de ser perfecto… que?
-          Luego de ser perfecto, serás feliz, y disfrutaras de una larga vida de felicidad…
La impresionante bestia se separó un poco de su padre para mirarle a los ojos, y apoyó su garra sobre el pecho del anciano.
-          Tal vez yo sea perfecto, pero tu no lo eres. – sentenció entre dientes con rabia.
El rostro de Devian palideció al ver el brillo malicioso en los ojos de Adán.
-          No me creaste más que para sufrir y ser fuerte, no necesito el valor de la compasión. Y tampoco necesito tus promesas. Si tengo que ser feliz, lo seré por mi mano.
De un rápido movimiento, Adán seccionó el cuello de su padre, dejando que se desplomase en el pasillo, al tiempo que se ponía en pie y se marchaba en silencio. 

19 mar 2012

Otoño

Sentado en el parque, muerto de frio, contemplo las hojas secas de lo que fue primavera, intentando recordar cuándo fue la última vez que me sonreíste,  incapaz de distinguir cuan de las dos fue más dolorosa, tu despedida o tu ausencia.
Ambos hemos cambiado, esto nos ha cambiado, yo soy poco más que una sombra de la vitalidad que me caracterizaba, autómata pensante de recuerdos y proyectos, que opera por vacua rutina o por miedo a lo desconocido. Cadáver emocional de una batalla que no gané, daño colateral de una tragedia en que perdí. Hoja otoñal, quebradiza y gris, de lo que fue la primavera de nuestro amor. Mas levanto la vista al cielo, y me digo a mi mismo “¿donde está la fuerza para vivir sin amar?” no, las quimeras no existen más que en los corazones de los locos y los desesperados moribundos.
Tú también cambiaste, el vino carmesí se tornó amargo y lento veneno. El lirio se tornó en rosa sin pétalos, tan sólo agudas espinas. Afilado escalpelo que extirpa y aparta, desabrida  medicina contra el mal de la inocencia.  Tu abrazo cálido bañado en bienaventuranzas. Se tornó trampa de hierro frio que muerde, Y se hace echar de menos aunque duele tanto o más. Tu presencia cálida, lisonjera, presencia de atardecer junto al mar, silueta recortada a contraluz, tras el fuego de una chimenea. Primera imagen de mi despertar, y postrera antes de mi sueño. Ahora no son más que páramo yermo de invierno, tierra ingrata de extranjeros huraños, bosque de cipreses quemados, negro clavo de una sepultura.
Sentado en el parque donde fue antaño la primavera, contemplo las hojas secas, el destino ríe jactancioso, no de mi muerte, sino de lo que yo signifiqué.  Yo me lamento, mientras muere a mi alrededor la hierba estival. Porque del amor que conocí, no queda más que el triste cascarón vacío de la persona que lo albergaba. Lloro al mirarte a los ojos y ver que no eres más que las cenizas frías y amargas de aquel amor que ardió con tanta bravura y engreimiento en el verano.  Tú cenizas  y yo, llanto ronco  y cansado, eco de un aullido bravo, primigenio y feroz.  Áspero y desapacible nota grave de trompeta con sordina. Sollozo vacuo que, a pesar de estar en primavera, tan sólo es capaz de distinguir el otoño. 

13 mar 2012

Sol y Playa

Yo, al igual que muchos de estos lectores, soy Español, y además, estoy orgulloso de ser español.
En efecto, me enorgullezco de haber nacido en un país cuyo nivel cultural roza el subdesarrollo, un país en el que el valor mas extendido es el de “homo homini lupus” , un país en el que, el que puede, roba, y el que no puede robar, o no quiere, es tonto o lo parece.
Un país de sinvergüenzas, en el que el modelo ideal del español medio no es otro que el del Lazarillo de Tormes. Citando a Max Estrella, “En España, para medrar hay que ser agradador de todos los segismundos”  Un país en el que se premia la sinvergonzonería y del que la gente de mérito se ve forzada a salir.
España es un país en el que llevar una bandera roja y gualda es sinónimo de fascismo, bonito país en el que un banquero puede asignarse un sueldo blindado vitalicio, el día antes de confesar que ha robado a manos llenas, y mas tarde exigir ante la justicia ese sueldo blindado. Un país en el que los políticos se saltan a la torera sus propias leyes.
No siento mas que vergüenza al observar las plazas de toros, si la crueldad animal es símbolo de la cultura española, yo no quiero ni mi nacionalidad ni ser enterrado en esta tierra ingrata.
Un país en el que el trabajo y el esfuerzo son o bien objeto de mofa o pecado abominable, y en el que la envidia, arraigada en nuestras gentes desde la época de los Austrias, no es otra cosa que mal de muchos y consuelo de españoles.
Y por supuesto, todos vosotros independentistas catalanes, vascos o valencianos, no os librais, porque por muy catalán que suene “Pep” “Pau””Josep” o “Andreu” sois tan españoles como Belén Esteban, aunque os duela.
Si a estas alturas, a este querido  lector se le revuelven las entrañas con este colérico ataque a la “ madre patria” tenga en cuenta que es algo totalmente normal, pues hay pocas cosas mas típicamente españolas que despotricar sobre el propio país, mientras se lleva puesto un traje de luces y se come un pincho de tortilla de patata, por supuesto.
Eso si, nuestro país tiene un sol estupendo, un clima magnífico y unas playas “cojonudas”, no hay que quitarle el mérito que tiene eso. 

11 mar 2012

Adios, Maestro

Acabo de enterarme de que ha muerto el gran Jean Giraud, más popularmente conocido como “Moebius” ayer fallecía a sus 74 años, dejándonos un vasto legado artístico, pero privado de su autor, y es aquí, desde el más absoluto nihilismo, producido por el dolor de la pérdida, desde el que escribo estas letras.
Artísticamente hay muchos puntos en los que no concordaba con este gigante del comic, ese colorismo y ese contraste de tonos, en su mayoría claros, no están presentes en mis obras, pero Moebius tenía algo que lo hacía especial, algo que lo hacía muy grande.
Podríamos decir que era su complejidad, sus entramados llenos de detalles, o la ausencia de ellos, que también los volvía inimaginablemente complejos. Pero Moebius ha muerto, y ahora toda esta introspección parece no tener sentido.
¿De que le valen a un artista sus obras una vez ha muerto? Tal vez esas obras inspiren a algún joven dibujante para que continúe trabajando, tal vez me inspiren a mí, tal vez a Ritsuka, gran compañero de garabatos míos. Pero sin duda será un regocijo que Jean Giraud no verá nunca, es duro pensar que, por norma general, hace falta estar muerto para que tu trabajo tenga una repercusión sobre los demás, como bien sabía el maestro Howard Philips Lovecraft, en sus tétricamente célebres  “mitos póstumos”
A mi corta edad me cuesta pensar en que ese legado  fuera lo que motivó a Moebius a dibujar, el arte es arte por si mismo, y no necesita de nombres ni tendencias para serlo, y más aun, si bien el arte es arte por sí, también es arte para sí. (parafraseando a Jean-Paul Sartre), cuando yo dibujo, boceto, pinto cualquier cosa, no espero verla expuesta en un museo, no espero los aplausos de mis iguales. Negar que me gusta ese reconocimiento sería mentirme a mi mismo y negar mi naturaleza humana, pero yo busco en las cosas que dibujo, pinto, escribo, pienso. Un equilibrio de formas y conceptos, busco “belleza” en las cosas que hago, por simple amor a la belleza.
Tan solo espero que a sus 74 años, siguiera siendo el amor por lo bello lo que impulsara a Moebius a dibujar y a hacer comics, pues un arte sin búsqueda de belleza, no es siquiera arte, es un negocio vacuo y carente de sentido.


Adiós Maestro, y gracias por todo lo que conseguiste para nosotros. 

10 mar 2012

Porfín en Casa

Llegó a casa sin ganas de hacer absolutamente nada, se dirigió a su habitación al tiempo que se quitaba la chaqueta.
Los zapatos repiquetearon al caer en un rincón de la sala,  los vaqueros y la blusa mal doblados cayeron sobre el respaldo de la silla del escritorio, con el único pensamiento de “ya lo ordenaré mañana”
Prácticamente se dejó de caer de costado, en ropa interior, sobre la cama de su chico, que a esas alturas de la noche ya estaba casi dormido.  La rodeó entre sus brazos con cariño y la cubrió con la manta para que no pasase frio.
Ella se acurrucó sobre su pecho, su cabeza estaba apoyada sobre el brazo extendido de su pareja, que la rodeaba y le acariciaba entre ambos omóplatos, por fin sentía algo de alivio en los pies que le habían dolido durante toda la tarde. Una de sus manos se paró sobre el pecho de su compañero, y fue bajando poco a poco hasta sus abdominales, al tiempo que su  chico le apartaba dos mechones de pelo castaño  y apoyaba una mano en su cintura, acercándola más hacia sí.

Una tímida sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios al notar como su chico le acariciaba en el costado, al tiempo que le daba un tierno beso en la frente. Aquel calor la reconfortaba y la ayudaba a evadirse de todos los quebraderos de cabeza que había tenido en su trabajo durante el día, ahora estaba en casa, y aquí todo iba a ir bien 

2 mar 2012

Silencio


En el más riguroso silencio, en cualquier parte de tu cuerpo, un conjunto de células trabajan febrilmente desempeñando sus funciones concretas, pueden contraerse o relajarse, pueden crear las más diversas sustancias y segregarlas al exterior, o pueden dividirse sin parar para regenerar a sus compañeras que se van perdiendo a lo largo de la vida.

Pero, en medio de esa marabunta de reacciones encadenadas, una célula, encasillada en su cuadradito de un par de micras cuadradas, decide no vivir más.
Con un pragmatismo horripilante, esa célula llega a la conclusión de que su tiempo de vida ha finalizado. Y se separa de sus vecinas, las células de alrededor, que hasta ahora habían sido fieles compañeras, y habían intercambiado multitud de sustancias con esta. No hacen sino continuar con lo que han hecho siempre, trabajar. Nadie interviene en este dramático proceso, nadie pide a esa célula que se replantee el significado de su existencia, pues su fin es algo programado.
Con un pragmatismo horripilante. La célula aislada comienza a arrugarse, a perder agua y volumen, y a perder su elegante forma, el núcleo, su identidad, su funcionalidad, su “cerebro”. La parte de esa célula que la ha guiado a lo largo de toda su vida, comienza a desmantelarse voluntariamente.  En un proceso metódico e inexorable, la propia célula desmantela pieza a pieza aquello que la hacía ser como era, el ADN en su interior es desmenuzado.  La célula, privada de todas las ordenes que venían suministradas con su ADN, simplemente degenera, se deshace en cuerpos apoptóticos, pequeñas gotitas de lo que antaño fue una eficiente célula trabajadora, que ha decidido dejar de vivir.
Lo más amargo de este proceso es el silencio, la quietud con lo que sucede, la quietud con la que aparentemente la célula se quita la vida de una forma atroz, la dramática forma en la que ese pequeño organismo inocente decide acabar con sus días, ya que, si muriera de otra forma, su contenido saldría al exterior y molestaría a las otras células, consciente de que ello, muere en silencio sin molestar a las demás.
Comparativamente, sería como si una persona se sentara apartado de todos los demás humanos, y se deshiciera de todos sus recuerdos, uno a uno, hasta quedar sin identidad, para luego desmontarse sin mediar palabra.
Riguroso es el silencio en el que se desmantela esa célula, y riguroso es el silencio en el que las células circundantes continúan trabajando. Hay otras células encargadas de deshacerse de esos residuos, sin que dañen a nadie, no es necesario alarmarse, es algo natural.
Pero mucho más chocante que eso, es reflexionar sobre ello en profundidad, una célula es un ser vivo por definición, ¿Cuántas células nos forman? ¿Cuántas células deciden dejar de vivir cada día, tansolo porque es lo mejor para que nosotros sigamos con vida? Entonces, ¿Cuántas diminutas vidas arrastramos a lo largo de nuestra vida? Ten siempre en mente, querido lector, cuantísimas vidas invisibles se sacrifican por ti, y haz que ese sacrificio sirva para algo grande. 

Bienvenidos.

Bienvenidos a mi guarida. 
Este lugar es un santuario, un sagrario de virtud, de la virtud de la razón, con este propósito fue creado, y con este propósito debería seguir siendo.

En este pequeño rincón serán publicados textos de toda índole, de opinión, novelas, poemas, relatos cortos o ensayos.

Los Relatos y textos en general están embebidos en la cultura Furry y del universo Steampunk, si sois nuevos viajeros y desconocéis alguno de los dos conceptos, hacemos hincapié en que os toméis un tiempo en el apartado "antes de leer" y os enriquezcáis con este apasionante universo.

"La mente humana, con los correctos valores, llega a convertirse en el mas bello de los ángeles, sin ellos, degenera hasta ser la mas horrible y grotesca de las quimeras" -Aennor Shadowhowl-