Hoy el tema de la sobremesa de la comida familiar ha sido la
tauromaquia, y al parecer yo soy el único díscolo en la familia que todavía
conserva el lóbulo frontal intacto y ve las cosas como realmente son.
No voy a hablar de lo malos que son los toreros, que tras
cada banderilla no hacen más que intentar disfrazar su miserable vida con un
aura de hombría y virilidad que parece exclamar “oh, miradme, he matado a un
animal que me triplica en peso y volumen, le he hecho sufrir mucho más de lo
necesario, para que sepa quién manda” respecto a este raro espécimen de
“artista” tan solo citaré al psiquiatra
Alan Felthous: “En gran parte, los
estudios basados en el abuso animal y criminología adulta, muestran que las
primeras instancias de crueldad hacia los animales tienen lugar temprano en la
vida del maltratador” de modo que querido aprendiz de torero anónimo, 18
años, lleno de ilusiones y sueños. Ese toro que tienes bajo tu banderilla no
tiene la culpa de que el desgraciado de tu padre volviera todos los viernes
borracho a casa y te zurrara.
Pero este tema es poco mas que un lamento manido y
monocorde, aunque lo comparto y lo defiendo. Mi ataque, rabioso e
inmisericorde, va contra otro colectivo.
Escupo sobre ti, señor cincuentón, con las manos dentro de
los bolsillos de tu pantalón de pana. Olor a rancio, a decadencia y a “Puritos
Dux”. La cara redonda completamente roja por el vino y una panza que eclipsa tu
cinturón de cuero marrón. Y también sobre ti,
sádico personajillo de cuarenta y tantos. Camisa arremangada y cruz de
Caravaca colgando sobre tu cuello, Enorme reloj de pulsera dorado y aires de
prepotencia que conversas animadamente con el primer individuo. Mientras contempláis
el dantesco espectáculo.
Porque los verdaderos asesinos sois vosotros,
autocomplacientes sádicos, grandísimos hipócritas que clamáis pos vuestros
derechos cuando os tocan lo vuestro. Porque aunque vosotros no sostengáis jamás
un capote durante vuestras cortas y malogradas vidas. Pagáis la entrada, pagáis
el sueldo del torero. Y pagáis que la “Fiesta Nacional” siga avergonzando al
resto del país.
Decir “cómplices” sería un eufemismo, sois responsables
directos de la tragedia, una plaza de toros es un lugar donde se acumulan de
media entre 10.000 y 20.000 asesinos, para perpetrar una de las injusticias más
caras de la historia cometidas contra un animal. Ninguno de vosotros, que os sentáis a
contemplar, merecéis menos que la cornada que recibió “el Padilla” en la cara.
Porque sois los
perpetradores de una tradición malsana y degenerada, sois los matasanos que
mantenéis con vida a uno de los mayores
engendros de la cultura española. Un engendro al que tendríamos que
haber dejado morir a su suerte hace al menos 20 años.
Tan solo espero poder mirar a mi hijo a los ojos algún día
(probablemente no antes de que este en el lecho de muerte) y decirle de forma
sincera “estoy orgulloso de que hallas nacido en España, un país que por fin se
ha civilizado y ha cambiado, y ya jamás caerá en los errores que se daban en la
época de tu abuelo”.
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