Sentado en el parque, muerto de frio, contemplo las hojas secas de lo que fue primavera, intentando recordar cuándo fue la última vez que me sonreíste, incapaz de distinguir cuan de las dos fue más dolorosa, tu despedida o tu ausencia.
Ambos hemos cambiado, esto nos ha cambiado, yo soy poco más que una sombra de la vitalidad que me caracterizaba, autómata pensante de recuerdos y proyectos, que opera por vacua rutina o por miedo a lo desconocido. Cadáver emocional de una batalla que no gané, daño colateral de una tragedia en que perdí. Hoja otoñal, quebradiza y gris, de lo que fue la primavera de nuestro amor. Mas levanto la vista al cielo, y me digo a mi mismo “¿donde está la fuerza para vivir sin amar?” no, las quimeras no existen más que en los corazones de los locos y los desesperados moribundos.
Tú también cambiaste, el vino carmesí se tornó amargo y lento veneno. El lirio se tornó en rosa sin pétalos, tan sólo agudas espinas. Afilado escalpelo que extirpa y aparta, desabrida medicina contra el mal de la inocencia. Tu abrazo cálido bañado en bienaventuranzas. Se tornó trampa de hierro frio que muerde, Y se hace echar de menos aunque duele tanto o más. Tu presencia cálida, lisonjera, presencia de atardecer junto al mar, silueta recortada a contraluz, tras el fuego de una chimenea. Primera imagen de mi despertar, y postrera antes de mi sueño. Ahora no son más que páramo yermo de invierno, tierra ingrata de extranjeros huraños, bosque de cipreses quemados, negro clavo de una sepultura.
Sentado en el parque donde fue antaño la primavera, contemplo las hojas secas, el destino ríe jactancioso, no de mi muerte, sino de lo que yo signifiqué. Yo me lamento, mientras muere a mi alrededor la hierba estival. Porque del amor que conocí, no queda más que el triste cascarón vacío de la persona que lo albergaba. Lloro al mirarte a los ojos y ver que no eres más que las cenizas frías y amargas de aquel amor que ardió con tanta bravura y engreimiento en el verano. Tú cenizas y yo, llanto ronco y cansado, eco de un aullido bravo, primigenio y feroz. Áspero y desapacible nota grave de trompeta con sordina. Sollozo vacuo que, a pesar de estar en primavera, tan sólo es capaz de distinguir el otoño.