25 abr 2012

Colmillos


Notó como la brillante luz de la lámpara quirúrgica  lo cegaba, intentó mover la cabeza, pero la mano enguantada de uno de sus carniceros  le frenó.
De nuevo sobre la mesa de operaciones. Podía ver, con la mirada borrosa, como su brazo izquierdo estaba abierto  a lo largo en diferentes sentidos, y un batallón de cirujanos trabajaban monitorizando sus constantes y sus parámetros vitales en una intervención que no alcanzaba a comprender.
Las correas de su camilla tiraron de él en el momento que tensó los músculos. Sintió el agudo silbido de una sierra quirúrgica. El dolor lo invadió de nuevo y su visión se tornó en un matiz carmesí. Dejó escapar un gruñido a través del bozal de cuero remachado que cubría su espeluznante hocico.
Miró hacia adelante apartando su mente enferma a causa de tantos tormentos. Y centró sus ojos ambarinos en la figura causante de aquel infierno.  Tras un mamparo de cristal, que cubría en semicírculo  el quirófano.  Un hombre con traje negro, corbata roja, y una chaqueta cogida sobre su mano derecha sobre su hombro.
Su mirada atravesó a aquel hombre viejo,  enjuto, demacrado, aunque prodigiosamente alto.  Varios mechones blancos eran lo único que quedaba en su cabeza pelada, unas marcadas arrugas delataban su venerable edad. Unos ojos hundidos en sus profundas cuencas, con expresión de haber visto demasiadas cosas.
Sintió correr la adrenalina por su pecho. Quería clavar sus colmillos y extinguir a ese miserable anciano. Forcejeó sin éxito, y uno de los  matasanos le inyectó un sedante directamente en la carótida.  Su visión comenzó a llenarse de una neblina blanca y espesa.  Sin embargo, aquel compuesto no aliviaba el dolor que sentía. Más bien lo acrecentaba.
El anciano Devian Carter. Propietario de los laboratorios que trabajaban frenéticamente en ese “capricho” científico. Apoyó su huesuda mano sobre el cristal, y le sostuvo la mirada al espécimen, desafiante.
A falta de un nombre, lo llamaron “Adán”,  probablemente el proyecto más ambicioso de la historia de la humanidad. Hubiera sido un hito de por sí. Pero su propietario era humano, y como la mayoría de los humanos, ansiaba mucho más de lo que ya había conseguido.  Tenía ante sí a su creación. El primer ser vivo totalmente nuevo. Desde cero. 
Adán era de por sí una criatura horriblemente inteligente.  Mucho más alta que una persona normal, provisto de garras, una musculatura perfecta, unos sentidos que desafiaban los parámetros máximos fijados por aquellos que habían dedicado toda su vida a estudiarlo en secreto.
Devian  lo había descrito en su diario como un híbrido perfecto entre lobo y hombre, que  le sacaba casi medio metro en altura. Pelaje de un tono pardo oscuro, y unos ojos amarillos provistos de una suerte de inteligencia maligna.
A pesar de todas las tardes que Devian Carter había pasado junto a su “vástago” no había obtenido ni una sola palabra de él.  Por los caracteres arañados en las paredes de su celda sabían que era perfectamente capaz de entender su mismo idioma. Pero sin embargo, Adán se limitaba a mirar a los ojos fijamente a su creador. Rumiando un amargo odio hacia él. Ni siquiera  cuando, tras un arrebato de rabia del anciano, fue forzado a hacerlo mediante corriente eléctrica de alto voltaje.
Pero aunque su hijo no quisiera darle ninguna muestra de afecto a su padre, este estaba empeñado en hacer de Adán algo mucho más elevado de lo que ya era.

Por su parte, La criatura lobo era perfectamente consciente de todo lo que tenía alrededor, y era conocedor de cosas que sus cuidadores ni siquiera sospechaban.
En su soledad había tenido mucho tiempo para pensar. Para reflexionar sobre la condición de sus captores. Tenía una idea muy clara de que eran los humanos, era consciente de su ambición, y de su irracionalidad,  y con el tiempo había aprendido a proferirles un profundo y amargo rencor.
Lo que más odio le provocaba de la naturaleza humana era esa capacidad innata e irrevocable de provocar dolor. Tanto a ellos mismos como a todo lo ajeno.  Se sentía aterrado y furioso ante aquella frialdad aséptica con la que era tratado.
 Los dos cirujanos estaban terminando de coser la herida abierta en el brazo de aquel ser. Cuando un tercero le hizo un gesto al anciano. Este asintió.  Adán dejó escapar otro gruñido, que estremeció a sus verdugos. Al notar como de nuevo una gruesa jeringa le atravesaba el pelaje y le inoculaba un nuevo veneno en su interior.
Sentía como le hervía la sangre y no podía pensar. Todo su cuerpo estaba tenso y su mirada fija en aquel anciano miserable, padre exento de compasión. Que le miraba con un rictus de seriedad mientras el sufría. No sabía que contenía aquel suero de color borgoña. Tan sólo sabía que su inoculación le producía un intenso dolor, que lo dejaba al extremo de la demencia, y que a Devian Carter le gustaba estar presente en primera fila cada vez que lo hacían.
Un rugido aterrador llenó la sala, arañó el pulido aluminio de la mesa dejando unos profundos surcos. Hasta que una de las garras se le rompió por la fuerza de sus brazos, haciéndole sangrar.  Notaba como miles de agujas incandescentes le atravesaban el torso y las sienes. En su mente tan sólo quedaba la idea de soltarse y librarse del dolor. Hubiera sido capaz de desgarrarse él mismo la piel, su pelaje se erizaba presa de un escozor que le agotaba. Llevaba tanto tiempo en tensión que el cuello le dolía, suplicando un momento de respiro.
Sabía lo que venía después. Y le aterraba. Pues aquel dolor continuaría por varias horas. Hasta que su cuerpo metabolizara la toxina. Solo que esas horas pasarían en la soledad de una celda, donde sus aullidos no molestaran a los humanos.
Pero aquel día no acabó así.  Una de las gruesas correas de cuero que sujetaban sus muñecas cedió de pronto. Y el lobo, consciente de su estado, desgarró el bocal que cubría sus fauces de un tirón.
Devian Carter vio con creciente angustia como aquel ser salvaje y cegado por el dolor le asestaba un zarpazo a uno de los cirujanos que se acercaba para intentar contenerlo.  El pobre hombre calló de espaldas, contra el cristal, con cuatro profundos cortes sobre la tráquea. Llevándose en vano ambas manos al cuello.  El anciano estaba acostumbrado a ver sangre, pero jamás se borraría de su memoria la imagen de aquella carnicería. 
Adán se puso en pie y acorraló a otro de los médicos en una esquina del quirófano. El siguiente ataque  seccionó la yugular y la carótida derechas, liberando un reguero de sangre que manchó su pelaje y enviando al que en aquel momento ya era un cadáver contra la mesa donde reposaba el material ensangrentado de su operación.  Los ojos amarillos de la bestia se volvieron contra su creador, que quedó petrificado ante la visión de su creación, con el hocico y el torso salpicados de sangre.
Devian echó a correr en el momento en el que el lobo asestó el primer golpe al mamparo de cristal.  Sus piernas se quejaban ante el esfuerzo para el que no estaban preparadas, notaba el corazón palpitarle  en las sienes.  Adán golpeó con el hombro y parte del brazo derribando el cristal.  Estaba lleno de rabia y de miedo.  Le dolía absolutamente todo, desde las orejas hasta la cola. Y un profundo olor a sangre y a vísceras le ofuscaba la mente, saturando su olfato y adhiriéndose  a su garganta.
En dos zancadas alcanzó a su padre, agarrándolo por el cuello y sosteniéndolo en alto contra una de las paredes de hormigón.  Devian vio con una mueca de dolor, el rostro jadeante de su creación, su pecho moviéndose de forma espasmódica con cada respiración. Y una mueca de dolor en sus rasgos lupinos.
-          ¿Por qué? – gruñó la criatura entre dientes, jadeando por el esfuerzo.
La mente de Devian no estaba preparada todavía para que su creación le hablara mirándole a los ojos, simplemente, no podía integrar que tras veinte años, ahora le estuviera hablando. La voz de su hijo era grave y profunda, como salida del fondo de la caverna que era su garganta. Dos grandes colmillos remataban su aspecto terrorífico.
-          ¿Por qué me hiciste esto, padre?  - repitió  Adán en un gruñido gutural 
-          Tu… tu debías de ser perfecto… - alcanzó a murmurar el anciano.
El lobo lo dejó caer, dejándolo sentado con la espalda contra la pared. Sabía que no tenia escapatoria.  La luz parpadeante de uno de los tubos fluorescentes  iluminaba su silueta desde arriba dándole un aspecto de engendro de pesadilla.
Tenía el brazo izquierdo goteando su propia sangre. Colgando, aparentemente sin vida. Y el lado derecho estaba cubierto de sangre oscura.  Varios tubos y sondas colgaban todavía por su cuerpo,  un gotero en su brazo derecho. Un acceso en el pectoral izquierdo, del que colgaba un cable de goma transparente. Y en su nuca, una decena de pequeños cables conectados directamente a su torrente sanguíneo colgaban a su espalda. Clavándose en su carne cada vez que hacía un movimiento.
-          Si me odiaste desde el momento en el que me viste. ¿Porque me dejaste con vida?
-          Yo jamás te he odiado…
La criatura se inclinó sobre su padre, apoyando  la zarpa derecha sobre el suelo, y mirando a su creador a la misma altura.
-          ¿Entonces, porque disfrutas viéndome sufrir? ¿Por qué tantos tormentos? ¿Por qué este cautiverio? ¿Por qué?
-          Quería hacer de ti un ser perfecto…. – murmuró el anciano entre dientes.
-          Eso ya lo has dicho antes! Quiero respuestas! Maldita sea! – bramó el lobo a escasos centímetros del rostro de su padre.
A medida que hablaba, Devian acercó  una de sus manos temblorosas al hocico de su creación, y  lo acaricio con ternura, limpiando la sangre de su pelaje.
-          El dolor te hizo fuerte… si te hubiera dado todas las comodidades, y te hubiera cuidado y preservado de todo, ahora no serias lo que eres… serias algo inferior.
-          ¿Acaso tenias tú la certeza de que yo quería ser perfecto? ¿Acaso no pensaste en que yo sería más feliz siendo algo inferior?  - Rugió Adán con rabia.
El lobo fijó su mirada en su creador. Al tiempo que una lágrima de rabia calló por su mejilla. Tenía delante suyo al responsable de todas las desgracias que le habían pasado durante su corta vida. Podía extinguir su miserable vida con cerrar una de sus garras, pero aun así, había querido conocer sus motivos. El lobo hubiera preferido mil veces que a su padre lo hubiera impulsado la simple crueldad, como había pensado hasta ese momento.
Apretó sus grandes ojos amarillos, presa de un torrente de ideas y sensaciones. Aquella era la primera vez que alguien le demostraba algo de afecto, la primera vez que notaba el placentero contacto de una mano ajena sobre su pelaje. La primera vez que extinguía la vida de alguien. Y la primera vez en su vida en considerarse libre de tomar decisiones.
Cada uno de aquellos cambios en su vida merecía una larga y profunda meditación al respecto, pero no tenía tiempo, debía decidir, las sensaciones se agolpaban en su pecho. Miraba la cara entristecida y aterrada de su padre. Y no ni era capaz de concebirlo como un igual, ni era capaz de abrazarlo.
-          Malograste mi existencia… ¿como un medio para conseguir un fin?
-          No… no totalmente…. Teníamos previsto, cuando fueras perfecto, darte la libertad para que fueras feliz...
-          Yo no puedo ser feliz, padre – gruñó la criatura clavando sus ojos en los del anciano.
-          Si que puedes… yo te enseñare a ser feliz… seremos felices los dos…
Una lágrima calló por la mejilla del anciano, mientras acariciaba la cara de su creación,  Adán cerró los ojos disfrutando de aquella caricia como de un regalo que había anhelado durante años. Apoyó el hocico sobre el hombro de su padre y cerró los ojos.
-          Tuviste la fuerza para liberarte y abrirte paso hasta mí, estás preparado para enfrentarte al mundo.
-          ¿Y porque debo enfrentarme al mundo? – murmuró entre dientes al tiempo que cerraba los ojos.
-          Porque fuiste creado para hacerlo, saldremos al mundo, y veras de primera mano la libertad, y alcanzaras la perfección…
-          ¿Y luego de ser perfecto… que?
-          Luego de ser perfecto, serás feliz, y disfrutaras de una larga vida de felicidad…
La impresionante bestia se separó un poco de su padre para mirarle a los ojos, y apoyó su garra sobre el pecho del anciano.
-          Tal vez yo sea perfecto, pero tu no lo eres. – sentenció entre dientes con rabia.
El rostro de Devian palideció al ver el brillo malicioso en los ojos de Adán.
-          No me creaste más que para sufrir y ser fuerte, no necesito el valor de la compasión. Y tampoco necesito tus promesas. Si tengo que ser feliz, lo seré por mi mano.
De un rápido movimiento, Adán seccionó el cuello de su padre, dejando que se desplomase en el pasillo, al tiempo que se ponía en pie y se marchaba en silencio.